domingo, 25 de octubre de 2009

Pisadas sobre lienzo, de Isabel de Rueda



Los poemas de Pisadas sobre el lienzo, de Isabel de Rueda, son realmente huellas sobre el papel escritas donde la poeta deja constancia de un mundo íntimo profundo bajo una forma amena y ligera donde fluye la reflexión sentimental o donde un sentimiento motiva la reflexión. En este tránsito está presente el alma como puente, una suerte de metafísica que cohesiona la visión del mundo exterior con el interior. De la misma manera, si el alma busca, la palabra encuentra. Esto podría ser la declaración de intenciones que anuncia el primer poema del libro “Ninguna prisa”.

En “La niña” asistimos a un verdadero prodigio, a la magia de la poesía que me hace recordar a una de las poetas más interesantes que he leído, me refiero a Wisława Szymborska. En él, la memoria, el desdoblamiento, la otredad en el tiempo se manifiesta a través del poder poético.

Como ya he mencionado, la aparente sencillez, la difícil sencillez de algunos poemas nos remite de alguna manera a la sensación que deja ciertos haikus japoneses. Me refiero, por ejemplo, a la importancia de la naturaleza, a la serenidad que transmite y que es análoga a la persona amada. Esto ocurre en el poema “Estanque”.

En “A veces un poema” queda ya claro que la base de este libro se encuentra en la metáfora de la escritura. Todo él es un lienzo, una hoja blanca pisada por las palabras impresas, negro sobre blanco, pisadas en la nieve, testimonio también de un camino sentimental, sensorial, vital.

Busca estos poemas lo esencial, la desnudez, denuncia las convenciones que evitan ser uno mismo o la injusticia del mundo, el extrañamiento de ese mundo cuando se está inmerso en el amor. Baste leer los dos últimos poemas de la “Primera pasada”: “Convenciones” y “Esperando”.

En la “Segunda pasada” volvemos a las correspondencias naturales (“Otra vez”, “Luna, árbol, sol”). El amor mantiene aquí un mayor grado de erotismo, de corporeidad (“Aquí me tienes”) o trasciende a lo mítico o cosmogónico (“Por el amor salvado”, “Yo quería”, “Abrazados”).

El tema de la muerte es tratado con dulzura y aceptación positiva en “Cuando lloro”. A partir de entonces los sucesivos poemas mantienen esa sombra (“No la toques”, “Suicidio”) y junto a ella algunos símbolos, como el ángel, el loco, el disfraz o la máscara se confabulan ante la quietud de la contemplación (“Quietud”).

Por último, llegamos a la última, “Tercera pasada”, formada por seis poemas que sintetizan como un paseo cíclico todo el libro. Así, en el último poema “Lienzo y pisadas” se convierte en una verdadera ecuación de esta formulación poética, pues toda poesía responde a una formulación, sin duda. Por eso, lo expongo a continuación junto a otro poema que me ha gustado especialmente, el poema “Espacio”, perteneciente a la segunda parte. Disfruten de esta poesía de Isabel de Rueda.


LIENZO Y PISADAS

Hay un llanto de río
y una flor de papel entre la oscura
soledad de sus ojos.
Hay un cielo
Y unas alas que fluyen melodiosas.
Hay una luz
Porque nunca la noche permanece
y un circuito de voces
hay en el afluente discurriendo.
Hay dolor y tristeza en los colores
de esta extraña paleta
y una flor y un verbo de caricias.

…Hay un lienzo y pisadas


ESPACIO

Cuánto espacio ocupa
la llave de una idea,
la silueta perfecta
de un grano de arroz,
la isla que envuelve nuestros pasos.
Cuánto espacio ocupa
la palabra amor,
cuando laten todas las sílabas
y tiemblas…

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