domingo, 28 de septiembre de 2008

Residencia del fuego

Residencia del fuego, de María José Maeso, fue galardonado con el Premio Gerardo Diego 2007. Una poesía que fluye con caudal generoso donde las palabras son capaces de arder, se inflaman, se exaltan, se enardecen y emocionan. Gusta María José Maeso del verso largo y libre, del versículo, incluso de la prosa poética en algún caso. La forma extensa, pues, que requiere la residencia donde se alojan las palabras es aquí, sin duda, un bello palacio ardiendo.

Como ejemplo, les presento el siguiente poema “Canto de paraíso”, fantástico caso de transtextualidad entre el cuadro de Millais (Ofelia) y la obra de Shakespeare.



(inspirado en el óleo Ophelia de Millais)

...from her melodious lay to muddy death

Hamlet
, act IV, sc VII

Canto de paraíso

(Ofelia)

Entre jirones grises senos oculta el día como se apaga el sol…

Estas son las medidas del alma, así anida en el pecho

ese oscuro e impotente recuerdo de aquella tierna música,

esa hermosa y primitiva música de la puerta entreabierta,

con la luz y el sonido del herido animal proclamando la fiesta,

el desvarío futuro,

los pasillos en sombras de la loca existencia…

Acaso no fui yo la loca de la casa,

parada al borde al pie de una charca violeta,

murmurante de insectos en el marco lunar,

no son esos mis ojos vidriados de pantano

los que miran despacio fijándose en tu rostro,

alzándose en tu cara peregrina,

tu blanca carne de óvalo de luna

como tenue fantasma de la niebla…

Aquí en lo umbrío ya no es tiempo de flores

—de esas flores carnívoras—

ni de árboles cruentos de fronda inexplorada…

Quién será bajo el palio del sol

esa desnuda y bella criatura sin lengua,

frágiles huesos y flor violeta

y el aire que le toca corazón deshojado…

(y después qué va a ser… ¿una gota de lluvia?)

…Pero en lo hondo aquí,

bajo barbas musgosas, aun estoy viva,

herida y reluciente, plena de cantos,

plena de fango, de rumores de aguas y de esplendor dorado…

todo es posible aquí, a dos pies del vacío…








Mientras tú cantas


Quien pasee por los poemas de Mientras tú cantas, primer poemario de Rosario Pérez Cabaña, podrá escuchar una voz melodiosa, abarcadora y precisa al mismo tiempo. Encontrará asimismo palabras hilvanadas al ritmo de cierto son transoceánico, pues la música aquí no sólo es una cuestión de forma, sino también de fondo, clave que se proyecta sobre la experiencia sentimental de la poeta en un tema central: el amor y la esperanza. El amor, su canción que salva, cuyo fruto es la esperanza. La esperanza, consecuencia que alimenta el amor, su canción. Son, en definitiva, una ecuación natural en esta poesía cuya incógnita se encuentra en el símbolo, sin duda. Por ejemplo, las manos, que se abren y se cierran, como latidos de un corazón. Una voz imprescindible, insólita y nueva, para quien quiera comprender y completar un estado de la cuestión de la poesía española actual.


Os invito a leer este poema “El ángel de la Carbonería”, que selecciono por ser un homenaje entrañable al lector de poesía, a la poesía misma. Y también a un lugar cultural y bohemio tan histórico como es “La Carbonería” en Sevilla. A través de un juego intertextual, la poeta describe una escena en este espacio que se desdobla en el subconsciente del personaje ausente, olvidado de esa realidad, y la vez, dentro de otra: del libro que lee, las Rimas, de Bécquer. Brillante la carambola lírica en el juego de palabras:



EL ÁNGEL DE LA CARBONERÍA


Sergio Lira lee en un rincón.

La mano cóncava, los dedos juntos, apenas

rozando el centro ocoso

que separa en dos mitades toda historia.

Cualquier alma no iniciada

podría haber encontrado de repente la pureza.

Lúcido Lira

sin esperar que algún cantante de rock o de tango sin burdel

lo convierta en friki taciturno;

A él, que solo aspira a leer en el ángulo oscuro, tal vez olvidado.



domingo, 21 de septiembre de 2008

Así procede el pájaro


Juan Antonio Bernier, promesa cumplida de una voz singular, extrañamente singular por su esencialidad. Raíces profundas en la mística de San Juan de la Cruz, por ejemplo, brotan en algún poema. Quizás también se asome la maestría de Hugo Mújica y tanta poesía bien leída. Poderosa y difícil sencillez de versos que abarcan más allá de los límites que establece el lenguaje corriente, sin duda. Trascendencia, sí, pero en la tierra, volando hondo, y si me apuras, puro, limpio y claro: honesto. Con este poema comienza la segunda sección del poemario. Nos conciliará con el ser humano, necesario.


Hay hombres y mujeres
en pie,
como la lluvia.

Llueven amor, derraman
sin límites la vida
sobre sus semejantes.

Cuando se encuentran lejos
quisiéramos tener un corazón
de más largas raíces.

Ignoran su belleza
como quien pisa hojas
sin sentir su quejido.

Son la luz del mundo
sin saberlo.



Carrera del fruto


Juan Carlos Reche, una de las voces más modernas del panorama poético actual sorprendió mucho con su primer libro El dolor y la velocidad. Poemas originales y arriesgados como necesariamente es la expresión del tiempo acelerado en el que vivimos. Su siguiente libro Carrera del fruto mantiene esa tensión, pero se hace más opaca, menos visible a simple vista, más profunda. Quizás porque evoluciona hacia un hermetismo propio de Quasimodo o Pavese. Continúa Juan Carlos pisando el acelerador de los poemas que aunque no resuelvan nada, nos llevan. Me quedo con el siguiente poema que me emociona especialmente ahora que voy a ser padre:


¿De qué plenitud eres,

mi pequeña,

el átomo más bello?


Adiós a la época de los grandes caracteres


No parece este el primer libro de un poeta. Más bien, el libro de una poderosa voz poética, pues carece de todos los reproches de la precipitada juventud. Sin embargo, la frescura, el aire nuevo de estos poemas nos hace pensar en un modo distinto, sin alzar la voz artificiosamente, de entender la palabra como un susurro que despierta suavemente el sentido y la sensibilidad. Ya podemos despedirnos de la época intocable de los grandes caracteres. Selecciono un poema que me gusta especialmente:



El susurro del polvo


Me sobreviviréis

sin excepción, objetos:

lámparas, llaves, vasos,

cuartillas, ceniceros,
líneas rectas y curvas
que ajenas dibujáis
mi camino y mi cuerpo.
Y sobreviviréis

también a la memoria

de todos los que un día
poblaran con vosotros
su lengua y sus vitrinas,
su muda arqueología.
Lo que venga después
no habita en las palabras
y puesto que la tierra
reclama cuanto es suyo
—forma, no sentido—

es inútil trataros

como a un testamento.

El bien y el mal

no pasarán de aquí,

ni el frío, ni el infierno.
Sujeto por la percha
de una interrogación
vivir es predicado.
Y por eso os arrastro
más acá del silencio,
mientras cuelgo mi ropa
usada ya, sin dueño,
en un armario, al fondo,

donde sólo se escucha,

como nieve que cae,
lenta, sin viento,

el susurro del polvo.